La duda

Abrir la nevera y que siempre me asalte la misma duda: ¿qué cocinar?

Recuerdo a mi madre mortificarse eternamente, día tras día, por no tener idea de qué indicaciones darle a la empleada para el almuerzo del día siguiente. Yo, por supuesto, le decía que hiciera “cualquier cosa”, sin pensar que años después estaría en la misma situación, con una pequeña diferencia: cocino para mí, y no para una familia.

Por suerte, digamos, eso lo hace mucho más fácil. Satisfago mis antojos a mis anchas, y si tengo pereza de cocinar, cosa que está pasando más de lo normal –y más de lo que me gustaría aceptarlo–, la pasta resulta siendo la mejor amiga.

Esta vez hubo una excepción.

Una fabulosa caja de cous cous, que para efectos de practicidad viene siendo como la pasta, carne molida, y mucho amor.

Primero, salteé cebolla y zanahoria con aceite de oliva. Sal, pimienta dulce, canela en polvo, una gota de jengibre rallado y un diente de ajo aplastado sin piedad. Luego carne y un poco de sal. Y cuando  la carne estuvo cocida, puse dos cubos de fondo (cubos de hielo de fondo, que son facilísimos de hacer e infinitamente más saludables que los cubos artificiales) y dejé que se cocinara otro rato.

Mientras, hidraté el cous cous con agua y sal. Y caramelicé cubos de durazno (criollo porque no encontré más) con mantequilla y azúcar. Al final, mucho cilantro.

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Volvamos. Sin mucho alboroto, porque puede que no pase nada.
Yo, por ejemplo, soy de las que compra bananos y a propósito los deja madurar. Hoy, entonces, para que el lunes festivo no fuera aterradoramente aburrido -con frío, sin novio- decidí hornear. Esto de volver a escribir en un blog es, sin duda, uno de los otros tantos y felices síntomas de la soltería.

banano

La receta, acá:
http://www.nigella.com/recipes/view/banana-bread-142
De Nigella, para no robarme el crédito, pero no le puse ni uvas pasas rubias ni nueces y sí le añadí como 4 cucharadas de chips de chocolate.

¡Enjoy!

El paraíso en forma de desayuno

He repetido hasta el cansancio que mi comida preferida del día es el desayuno. Podría desayunar todo el día. Todos los días. Huevos, queso, pan, arepas, frutas, cereales, mantequilla, mermelada, jamón… Pero existe un desayuno que sin duda se lleva todos los aplausos: Huevos Benedictinos. Un english muffin abierto a la mitad, una tajada de tocineta ahumada o pastrami o incluso jamón sobre cada una, un huevo pochado o escalfado encima y todo bañado con salsa holandesa. La gloria. Mi versión, mucho más casera, es con pan tostado con mantequilla y jamón (puede ser de pavo). Perfecto para un antojo tempranero, un desayuno grosero e indulgente, un día para no hacer dieta.

Para pochar los huevos, debo confesarlo, debí transitar un tortuoso camino lleno de lágrimas de impotencia y amargura. No es por exagerar, intenté sin éxito obtener un huevo perfectamente pochado durante mucho, mucho tiempo. Gasté muchas cubetas de huevos. Boté muchas cubetas de huevos. Hasta que un día me enfrenté con paciencia al agua caliente, respiré profundo, repetí como un mantra que no me iba a dejar vencer por un huevo y todo funcionó.

Puse a calentar agua en una olla grande. Un chorro generoso de vinagre blanco. Cuando empezó a hervir (no cuando salieron las primeras burbujas en la base sino cuando realmente empezó a hervir), bajé el fuego al mínimo y eché sin misericordia dos huevos al agua que tenía cada uno en un pequeño bowl. Conté 3 minutos, los saqué con mucho cuidado, los puse sobre papel absorbente y luego sobre el pan tostado con jamón. A mí me gusta que la yema quede líquida. Si lo prefieren más cocinado, un minuto más estará bien.

Para la salsa holandesa, batí una yema con una pizca de sal y unas gotas de limón hasta que se puso blancuzca. Luego la puse al baño de María y, poco a poco y sin dejarla de batir, fui añadiendo 30 g de mantequilla clarificada (1/4 de barra). Luego pimienta recién molida y ¡voilà! Una preciosa salsa holandesa que mantuve al baño de María muy bajito mientras estaban los huevos.

Háganse el favor, por lo menos, de intentarlo. Partir el huevo, ver la yema líquida mezclarse con la salsa y mojar la tostada de pan es una experiencia de otro mundo. Un bocado de jamón untado en esa melcocha es la felicidad.

Usen mantequilla, nunca margarina (a menos que la receta la pida). Y si no les sale, no pierdan la fe. Sigan intentando, de verdad que vale la pena.

¡Pasta, pasta!

Debo confesar que a veces, cuando tengo mucha hambre y pereza de cocinar, simplifico un montón los procesos. Y acá, eso fue lo que pasó. Tenía una caja de rigatoni Barilla y muchas ganas de una salsa tomatuda y cremosa con mucho queso y albahaca, así que me puse en marcha.

Cociné la pasta en agua hirviendo con sal, nunca con aceite, y la saqué  antes de que estuviera al dente. Aparte, piqué 5 tomates rojos y grandes en cubos (con semillas, con piel, con todo), y los puse a cocinar a fuego medio en una olla con un chorro de aceite de oliva y un diente de ajo aplastado que luego retiré. Cuando estuvieron casi deshechos agregué 1 taza de caldo de pollo (puede ser agua pero por el amor de dios nunca usen cubitos cancerígenos de caldo) y procesé todo eso. Para eso yo tengo un mixer manual, pero sin problema pueden usar la licuadora, con cuidado de retirar la tapita pequeña y cubrir la tapa con un paño para que la cocina no se les convierta en un desastre.

Después, seguí cocinando la salsa hasta que redujo y quedó espesita. Añadí crema de leche, creo que ¼ de taza, unas 3 cucharadas de albahaca picada y mucho parmesano rallado muy fino y revolví. Sal, pimienta, un poquito de azúcar para equilibrar los ácidos y listo.

Acomodé la pasta de manera concéntrica en una refractaria engrasada empezando por el centro y luego hacia los bordes. Los rigatoni se paran solitos, así que no es difícil acomodarlos. Los bañé con la mitad de la salsa, cuidando de que entrara por los huequitos, y el resto de la salsa la eché por encima para que formara una especie de capa. Luego más queso y al horno fuerte y precalentado a gratinar unos 5 minutos.

 

Y eso fue todo.

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Yo y la pasta tenemos una excelente relación. Al almuerzo, a la comida, sola, con tomate, con albahaca, con queso, con mantequilla, con la salsa que sea y en la forma que sea, es impresionante la versatilidad y las miles de preparaciones que se pueden hacer.

Espero que la preparen y me cuenten cómo les fue.

Regreso chocolatudo

Mis años siempre empiezan con la idea de retomar lo que dejé empezado el año anterior. Y obvio, esta vez no es la excepción. El problema conmigo y este blog no es que no cocine. De hecho, del horno y la estufa, en los últimos meses, han salido cosas absolutamente deliciosas que, muy a mi pesar, se quedan en el recuerdo porque el hambre ataca y cuando estamos llenos y felices recordamos que a lo único que podemos tomarle fotos en ese momento es a los platos vacíos y a las ollas sucias.
Una lástima…
Ayer preparé brownies y mi adorado P. estaba cerca, así que justo cuando estaba a punto de sacar el tercer cuadrito de la refractaria le dije que me hiciera el favor de tomarle una foto para actualizar el blog.
Y acá está.

Preparar brownies tal vez sea una de las cosas más fáciles del mundo. Aunque como todo proceso de cocina tiene su ciencia, esta receta me encanta por su simplicidad y porque se obtienen unos brownies muy, muy suaves, melcochudos y con la corteza delicada y crujiente, perfectos para comer aún tibios con una bola de helado de vainilla.

Ingredientes
250 g de mantequilla
1 ½ tazas de azúcar
1 ½ tazas de harina
8 chdas. de cocoa en polvo
5 huevos
1 cucharadita de polvo de hornear
1 cucharadita de esencia de vainilla
Nueces o almendras al gusto
Canela en polvo

Preparación
Derretir a fuego muy bajo o al baño de María la mantequilla. Añadir el azúcar y revolver. Aparte, cernir harina, cocoa y polvo de hornear y añadir poco a poco a la mezcla de mantequilla sin dejar de revolver. Retirar del fuego y agregar los huevos uno a uno, batiendo entre cada uno. Agregar la esencia de vainilla y las nueces y hornear en un horno precalentado a 160 C por 20 minutos o hasta que un palillo salga limpio.

Torta de fresa

Volver al blog es siempre la mejor de las terapias. Con cocina nueva, casa nueva, vida nueva y un horno -que tanto extrañaba-, este fin de semana me dispuse a empezar a usar, uno por uno, mis moldes, mis manos, mis ingredientes, siempre soñando con que los vecinos abran sus ventanas o salgan al pasillo y huelan lo que sale del 1401.
Cocinar es la mejor de las terapias. No hay crisis que valga, no hay tristeza que se mantenga, no hay duda que no se disipe cuando sale del horno una cosa como esta:


Gracias a www.smittenkitchen.com volví a la vida. Yo, que no soy mucho de andar copiando recetas en la web (y si lo hago, lo juro, doy el crédito correspondiente), sucumbí ante la tentación de esta increíble torta de fresa. Y como entiendo y acepto que el tema de los postres y tortas es más científico que, digamos, emocional, y aunque a veces me rehúse a seguir las recetas al pie de la letra y cambie una pizca de canela por nuez moscada a escondidas, esta vez seguí al pie de la letra las recomendaciones. Incluso, como en el consejo que aparece en la receta original, disminuí en 2 cucharadas la cantidad de azúcar, aunque sigo creyendo que aguanta menos azúcar.
Acá está la receta, con anotaciones:

6 cucharadas de mantequilla sin sal a temperatura ambiente
1 1/2 tazas de harina de trigo
1 1/2 cucharaditas de polvo de hornear
1/2 cucharadita de sal (no se alarmen, parece un montón de sal pero es la justa medida para equilibrar el dulce)
1 taza más 2 cucharadas de azúcar (las dos cucharadas adicionales son para espolvorear antes de meter al horno, la taza es a la que le quité dos cucharadas, pero si no les gustan las cosas tan dulces, pueden quitarle más)
1 huevo grande
1/2 taza de leche
1 cucharadita de extracto de vainilla
1 libra de fresas, en mitades y sin corazones

Precaliente el horno a 350 °F. Enmantequille un molde para pie (usé el Pyrex tradicional de 23 cm / 9.5 inch y quedó justo). Tamice la harina, el polvo de hornear y la sal en un bowl. En un recipiente más grande, bata la mantequilla con 1 taza de azúcar (o menos) con una batidora eléctrica hasta que esté blancuzca y esponjosa. Agregue el huevo, la leche y la vainilla hasta que esté todo mezclado. Con un batidor de espiral incorpore, poco a poco, los ingredientes secos, hasta que la mezcla no tenga grumos, sin trabajarla mucho.
Ponga en el molde. Acomode las fresas boca abajo, lo más pegadas posibles, sin sobreponerlas. Espolvoree con las dos cucharadas adicionales de azúcar.
Hornee por 10 minutos y luego baje la temperatura a 325 °F y hornee por 50 o 60 minutos, o hasta que al insertar un palillo éste salga limpio.
Buena suerte esperando a que se enfríe (yo no pude aguantarme, invité a los vecinos a comerla todavía caliente con crema batida).

Torta de zanahoria

Lo más lindo de la cocina es que nunca deja de sorprender.
Uno sabe que si mezcla harina, huevos, azúcar y grasa tendrá una masa. De la forma como se mezclen y las proporciones dependerá el resultado, pero básicamente la idea es siempre  la misma. Lo sorprendente es cuando uno agrega un ingrediente ajeno a la clásica lista de ingredientes para torta y, para sorpresa de todos los que sufren de un ataque de pánico cada vez que les proponen una cosa ‘nueva’, el resultado es un sueño hecho realidad.

Ya he dicho en varias ocasiones que en mi casa cualquier cosa para comer que ‘sepa raro’ o tenga algún ingrediente que no se utilice mucho para esos fines causa terror. Mi padre no soporta las salsas dulces sobre carnes, pollo o cerdo y mi madre y su intolerancia a la lactosa, los ácidos, la pimienta y el picante hacen que la lista de platos por hacer se reduzca al ajiaco y a la carne asada con arroz y tajadas de plátano.

Champiñones, jengibre, limonaria, eneldo, calabacín y romero son enfermedades, entre muchos otros ingredientes.

El fin de semana entonces decidí que era momento de, por fin, enseñarles que una torta también puede ser de zanahoria y que, además de ser relativamente ‘dietética’, o mejor, saludable, sabe muy rico.

Primero, se baten 4 huevos con una taza de azúcar morena hasta que el azúcar se disuelve. Luego, a baja velocidad y en este orden, se agrega una taza de aceite de buena calidad (usé de girasol pero cualquier buen aceite funcionará), 1/4 de taza de miel de abejas (medir el aceite primero y luego la miel en la misma taza medidora permite que la miel no se pegue de ésta, como normalmente sucede), dos cucharaditas de quemado de panela (opcional), 1 cucharadita de vainilla, 2 tazas de harina cernida, dos cucharaditas de polvo de hornear, una cucharadita de cocoa también cernida y una taza de zanahoria rallada finamente. Por último, media taza de almendras picadas y media taza de uvas pasas que yo omití por odiarlas con todas mis fuerzas, pero acá sí es a gusto del cliente: pueden ser nueces, ciruelas pasas, etc. Luego, al horno a 450 °F durante 45 minutos o hasta que el cuchillo salga limpio y, por último y si quieren, tradicionalmente se le hace una cubierta de queso crema que va muy bien con el sabor de la torta.

Espero que la hagan y me cuenten cómo les fue, cómo les pareció y qué le cambiarían.

Sweet Cherry Pie!

Bueno, no de cereza, pero sí pay.

Me gustan mis experimentos en la cocina porque me enseñan que debo seguir haciendo ciertas cosas y debo dejar de hacer otras.
Me antojé de pay la semana pasada, así súper gringo, y lo tenía todo perfectamente planeado. Había encontrado en Epicurious una receta de un pie de ruibarbo y chocolate blanco que se veía genial y sabía que en Carulla estaban vendiendo ruibarbo así que el viernes pasado fui por él y ya no había.
Seguí con el plan inicial del pay pero se me ocurrió comprar duraznos, kiwis y frambuesas, chocolate blanco y hacerlo sí o sí.
Y bueno, el resultado no estuvo del todo mal…

Primero, las frutas y la base de la tarta. La receta de la masa quebrada es tal vez una de las mejores que haya hecho o probado, pero se me sigue encogiendo en el horno, no mucho, más o menos medio centímetro, lo que me hace suponer que estoy haciendo algo mal pero no sé qué es: no trabajé la masa, la dejé reposar más de 12 horas en la nevera y luego de estirarla volvió a reposo, así que no encuentro ninguna explicación.

Luego de blanquear la masa con peso en el horno puse encima el chocolate blanco.


Y luego las frutas. Los duraznos pasaron primero por la sartén, con azúcar y algo de licor para cocinarlos un poco. Al final agregué el kiwi pero ya con el fuego apagado. Las frambuesas las puse por encima sin cocinarlas porque son extremadamente delicadas y no quería que se deshicieran. Las manzanas fueron a último momento, vi que la cantidad de fruta era muy reducida y no quería que el resultado fuera pay de masa así que simplemente las puse encima con unas gotas de limón.


Puse el clásico entramado de masa por encima, pincelé con huevo y llevé al horno. Me perdonan que quede debiendo la foto del resultado, pero al final del proceso tuve un pequeño inconveniente en el horno y el pay se partió en dos!!!

Como me quedé con las ganas del pay de ruibarbo esa receta vendrá este fin de semana. Ya lo compré, por lo menos, y espero estar montando fotos y proceso en los próximos días, junto con una torta de zanahoria de en-sue-ño.

Gracias por seguir pendientes!

Siguiendo recetas II – La Cocina de Italia, de Villegas Editores

Primero, perdón por el abandono. La práctica en el hotel ha sido más desgastante de lo que hubiera podido pensar y ahora, además de los desayunos, almuerzos, cenas y eventos, estoy temporalmente encargada de inventarios, entradas, salidas, facturas y algo de contabilidad. Eso, sumado a los artículos de cada semana, han hecho que la migraña sea cosa de todos los días y que las 8 horas de sueño reglamentarias no sean suficientes.
Como si fuera poco, P. está al otro lado del mundo y no ha sido fácil lidiar con ese tema.
Pero bueno, después de la queja tradicional, ayer decidí que hoy iba a cocinar algo. Cualquier cosa. Lo que fuera, lo que encontrara en el supermercado, lo que estuviera a mi alcance y lo que pudiera compartir con mi madre porque mi padre se envenena con cualquier cosa que se salga del cuadrado carne asada/arroz/tajadas/ensalada.
Así que esta mañana salí del restaurante y pasé por el supermercado a comprar algunos mariscos (congelados, obvio, acá lo fresco no existe o vale su peso en oro) y unos tomates maduros para hacer una salsa que habíamos visto en el libro.
La receta original va con vieiras y langostinos, pero encontré camarones, calamares, palmitos de cangrejo y almejas. Sumé róbalo y
creía que iba a ser una buena mezcla.

Primero, puse aceite de oliva, un poco de mantequilla, ajo y al rato, tomates concasé.

Antes había cocinado las almejas en vino blanco y usé ese líquido para hacer la salsa. Lo agregué a los tomates y luego el pescado.

Acá está la mezcla de mariscos/pescado que usamos, y el mortero, herencia de mi abuela.

La receta, que por supuesto no seguí y creo que me arrepiento un poco.


Perejil + cebollín. La receta no llevaba cebollín pero me pareció que podía quedar bien.

Como siempre, el gato posando para el blog.


La salsa, con todos los mariscos, pescado, tomate, vino blanco, cuchara de palo, perejil y cebollín.


Y al final, la pasta.

Y el vino, por supuesto, con el claro aviso que dice que el exceso es perjudicial para la salud…

Madre dice que yo soy muy exigente y yo le respondo que gracias al cielo eso es así y no soy una persona mediocre y conformista. El
resultado, la verdad, no fue como lo esperaba y siento que la salsa quedó extremadamente ostigante y fuerte. Me hubiera gustado un sabor más delicado pero creo que no fue culpa mía sino de los mariscos que compré y que venden en esta imitación de ciudad.

Me quiero reivindicar conmigo, así que el próximo fin de semana espero poder hacer una comida medianamente decente y con la que quede feliz.

BTW, ayer fuimos a ‘tomar el té’, como buenas señoras manizaleñas, a La Suiza y, de pura antojada, pedí una Crème brûlée sin muchas expectativas… Cuál no sería mi sorpresa al ver que me traen, a primera vista, una cosa perfecta y con una costra de azúcar hermosa que se rompió como si fuera un sueño, pero al probarla estaba caliente!!! Pues resulta que para hacer la costra no usan soplete sino que meten el molde de la Crème a la salamandra… Claro, me llegó un ramequin caliente con la mitad del postre frío y la otra mitad hirviendo… Morí de la ira, pero bueno… Son cosas que pasan…

Fracasando en la cocina Vol. 1

A mí, de verdad, me encanta fracasar en la cocina porque es definitivamente la única manera de aprender a hacer las cosas bien.
El fin de semana pasado, con la compañía de mi tía, decidimos hacer un «postre». Ella quería aprender a hacer crema pastelera, yo tenía un hojaldre en la nevera (comprado, lo siento!) y mi mamá había traído del mercado unas manzanas granny smith que se veían lindas y estaban todas iguales y perfectas.
Hacía unos días había visto en ElGourmet una especie de postre hojaldrado con manzanas y crema frangipane (pastelera+crema de almendras en partes iguales) y entonces se me ocurrió la ‘genial’ idea de reproducirla haciéndole un leve cambio de forma y de preparación.
Empecé haciendo una crema pastelera de canela. Aparte, corté las manzanas y las puse en agua con unas gotas de limón para que no se oxidaran.
Y empecé a estirar el hojaldre.

Formé un bordecito para que no se saliera el relleno.


Puse la crema pastelera, las manzanas alineadas y en forma de acordeón y un poco de azúcar morena por encima.

Salió el sol…

Y la ‘torta’ o lo que sea que fuera salió del horno!

Es una lástima que no tenga más fotos para documentar todo el proceso. Tenía a mi tía al lado, quería terminar rápido y descubrí que para este tipo de cosas me gusta contar con tiempo, paciencia y buena luz porque la camarita no da para más. A pesar del fracaso evidente y rotundo en la ‘forma’ (la crema y los jugos de las manzanas se salieron por un borde que quedó mal sellado), el sabor fue realmente increíble!!!

Me comí un pedazo del borde, todavía tibio, con una bola de helado de vainilla y fui feliz.

Pronto, muchas más actualizaciones!